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martes, 13 de noviembre de 2012

Kiss en River: fuego amigo




Kiss es como un cuento viejo. Un cuento viejo que cuenta un tío viejo cada vez que hay una fiesta. Suena la música de fondo, corren las bebidas, se apuran conversaciones. y el tío toma la voz contando un cuento que ya conocemos todos. Que lo conocemos y que, por supuesto, lo celebramos tantas veces como sea contado. El recurso le sirve al mago, al actor y al que vende lapiceras en el colectivo: sorprender con lo predecible es, para muchos, el principal mérito de su supervivencia.

Los maquillajes, la lengua sin frenillo de Simmons, los pollitos pisados. Parecen los absurdos del timo, pero el plan no corre riesgos en ningún momento: Kiss, como la Coca Cola, encontró la fórmula y se encomia a mantener su buen resguardo. Aunque, como la gaseosa, ofrezca de tanto en tanto cambios imperceptibles sólo para no abandonar su capacidad de sorpresa. Todos sabemos que, en algún momento, Gene Simmons escupirá fuego desde una espada y que sangre brotará desde su boca, también que Paul Stanley sobrevolará en tirolesa para hacer "Love Gun" desde el medio del campo o que un remolino de fuegos artificiales girará alrededor del bombo de Eric Singer. Pero, aunque siempre vista de rojo, Papa Noel trae regalos diferentes. Entonces se apagarán las luces, cederá un inconfundible beat de bajo y allí aparecen ellos, descendiendo desde una plataforma móvil para hacer "Detroit Rock City" en una lluvia de rayos y centellas que consagró uno de los momentos apoteóticos de la noche.

Monster, su reciente disco, sólo fue la excusa para ponerlos nuevamente en la órbita de las megagiras mundiales. A esta altura del partido, nadie les pide otro Destroyer; simplemente, que se dediquen a lo suyo y demuestren por qué es que son los amos del universo de los espectáculos de rock. Una demoledora pared de parlantes, plataformas y escenarios móviles, luminaria pesada y la artillería pirotécnica más grande al servicio de un repertorio que (aunque insistente con el último disco) refrendó altos de la década del 70, como "Shout it Out Loud", o la versión incendiaria de "Hotter Than Hell". También hubo lugar para rescates notables, y uno de ellos fue "War Machine", de ese gran disco llamado Creatures of the Night. En veinte álbumes de estudio encuentra Kiss los suficientes elementos como para sorprendernos aún 40 años después.

River ardió en la noche del apagón, y eso se lo debió a Paul Stanley, tan inflamable como las lenguas de fuego que flanqueaban el escenario o cualquiera de los petardos que bien podrían salir de la guitarra de Tommy Thayer o de la peluca de Eric Singer. Canta a capella "Una paloma blanca" del grupo vallecano Los Calis, confiesa que le gustan "los culos" y dice que "mi español no es bueno, pero comprendo mis sentimientos y mi corazón es suyo", recitando la misma frase que repite desde que la dijo, por primera vez, un domingo de 1994 en Ritmo de la Noche. Cuando todos los caminos conducen a Spinal Tap, Stanley sacude las riendas para mostrarnos quién las domina. Así, azuzará la jarana con "Lick it Up", alentará risas con sus comentarios en español ininteligible, o profundizará texturas a través la amable intro de "Black Diamond", con Singer haciendo de Peter Criss en la voz.

Desde la oscuridad, Gene Simmons fiscaliza con el rictus incorrupto de su máscara y el puño izquierdo en alto. En ese concierto de maquillajes, cueros, brillantinas, rompeportones, luces espaciales y clásicos inoxidables, él representa el nervio secreto del poder. Si Stanley es el maestro de ceremonias, Simmons es la ceremonia misma. La procesión va por dentro, porque así lo amerita ese juego de roles en el que asume protagonismo como genio maldito. El "God of Thunder" que él canta, en su gran momento de la noche frente al micrófono. Como todos los tiranos, el bajista ostenta la soberbia de quien se sabe reverenciado por el miedo o el encanto, si es que acaso no estamos hablando de lo mismo.

Pero en Kiss (en la vida) nada es tan malo, tan serio, ni tan cierto. Ni siquiera cuando los cuatro, vestidos de negro en medio de confeti blanco, proclaman "rock and roll toda la noche y fiesta todo el día", muletilla de batalla de "Rock and Roll All Nite", tradicional cierre de todos sus shows. Luego, una última descarga pirotécnica, el fuego final, humo y silencio. El Monumental se prendió fuego, como la ciudad, en ese día de locura. La diferencia es que aquí solo fue una ficción. Un cuento. Que nos suena familiar pero tanta gracia nos hace.

Por Juan Ignacio Provéndola

http://www.rollingstone.com.ar/1524659-kiss-en-river-fuego-amigo